Ferdezi no pudo preguntar al extraño personaje cómo es que sabía hablar su idioma, pues cada que intentaba acercarse a él, uno de los guardias le cerraba el paso y aunque no entendía su idioma, estaba claro que no le permitirían cruzar más palabras con él. Caminaron a través del claro hasta internarse de nuevo en la selva; era una noche hermosa, la temperatura había descendido y el fresco viento soplaba del este apagando el sofocante calor selvático. Tomaron por una senda que se dirigía hacia una colina, donde comenzaron a ascender hasta llegar a la cima para luego descender por el otro lado de la misma; fue al ir bajando por la ladera cuando notaron que otro grupo de cuatro de estos seres venían siguiéndolos a una distancia de unos cincuenta metros, pero no era simplemente una escolta, eran lo que después conocerían como “los borradores”, cuya labor consistía en ir borrando las huellas de sus pasos, movían troncos y cubrían con hojas el camino, además de venir rociando un líquido aromático que borraba por completo el aroma de los caminantes. Para los exploradores este detalle era insignificante, pues por mucho que borraran las huellas, sus compañeros serían capaces de encontrarlos por medio del rastreador electrónico.
La caminata continuó por un par de horas, siempre en ascenso; Suspani Baxtin y Maluen Fredezi comenzaban a sentirse fatigados, el día había sido agotador y habían caído en la trampa justo en el momento en que habían decidido retirarse a descansar. Al llegar a un cañón que entre la oscuridad de la noche y la profundidad no se alcanzaba a divisar el fondo, el guía se detuvo e hizo sonar un cuerno varias veces; era un sonido muy dulce. Al otro lado del cañón un sonido similar respondió y nuevamente el guía hizo sonar su cuerno, durante un par de minutos los cuernos conversaron entre sí, hasta que finalmente vimos al otro lado otros seis seres de cuatro brazos que extendían un puente para unir las dos orillas. Cruzaron y sin siquiera cruzar palabra con los vigías siguieron el camino mientras éstos retiraban inmediatamente el pesado puente.
Un par de kilómetros más adelante por fin los exploradores vieron algo que los dejó boquiabiertos; era una pequeño pero hermoso poblado; las casas tenían forma de gruesos árboles; al principio pensaron que así era, más al acercarse notaron que habían sido fabricados y luego decorados con pequeños árboles que simulaban ser las ramas de un gran árbol, sus raíces descendían envolviendo la estructura central de las casas hasta llegar a la tierra de donde se alimentaban. Era muy tarde por lo que no había gente en las empedradas calles, sólo en algunas se podía observar a través de las ventanas una luz que titilaba. Caminaron por lo que seguramente era la avenida principal del poblado, pues tenía en medio un camellón con jardines muy bien cuidados y farolas encendidas con aceite que iluminaban sus pasos; siguieron su marcha hasta llegar a otra avenida ancha que ascendía ligeramente hacia la izquierda; allí giraron para seguirla unos trescientos metros más hasta llegar a una construcción formada por siete de estos árboles fabricados grandes que se conectaban entre sí en varios niveles por medio de puentes. El hombre que había hablado antes con ellos les pidió que los siguieran hasta lo que claramente era una habitación y ellos obedecieron. Primero entró el guía y encendió un par de lámparas de aceite, entonces pudieron contemplar la hermosa habitación. Estaba lejos de ser una choza de aspecto primitivo, era redonda de unos seis metros de diámetro, en un extremo, se encontraba lo que claramente era una confortable cama redonda, a un costado, un pequeño tocador semicircular con tres cajones, al otro costado, había una mesa igualmente redonda con cuatro sillas; las paredes estaban pintadas de un color crema con hermosos y finos dibujos de animales, desconocidos para ellos, en color marrón. Tenía un par de ventanas cubiertas por cortinas de una tela gruesa y suave como el terciopelo y una chimenea. Una puerta que conducía a un baño perfectamente acondicionado con una tarja, una tina y un W.C.
Suspani y Maluen estaban realmente asombrados, por un momento se sintieron como en uno de esos hoteles que conocían en las montañas de su país, si no fuera por los extraños seres que los rodeaban hubiesen creído que estaban de nuevo en casa, celebrando de unas románticas vacaciones de primavera. Intentaron formular algunas preguntas, pero el evasivo guía sólo se limitó a decir con ese característico sonido gutural: - Ustedes invitados, descansar, mañana mucho que hacer – y se retiró de la habitación. Al quedarse solos tuvieron el impulso de escapar de allí, pero al ver que no habían dejado guardias y recordar que el largo trayecto les sería imposible de recorrer sin ayuda de sus instrumentos o algún guía, se relajaron y se acostaron a dormir tras beber del delicioso elixir caliente que les ofrecieron.
Los otros cuatro exploradores llegaron a la zona en donde habían desaparecido sus compañeros una hora antes, sin saber que en esos momentos, éstos se encontraban de camino hacia el hermoso poblado de hombres de cuatro brazos. - ¿Cómo es posible que no estén aquí? – Preguntó retóricamente un tanto enfadado Tarriz, - ¿En qué estaban pensando al quitarse el rastreador? - replicó - No creo que ellos se quitaran el rastreador cuth Tarriz – señaló Preden mientras desenterraba los rastreadores de una parte del fondo de la trampa. Al ver esto a todos se les heló la sangre, quien fuera que los hubiese capturado, no se trataba de seres estúpidos, pues habían sido perfectamente capaces de encontrar los pequeños dispositivos de rastreo y quitárselos. Cualquier cavilación que hicieran, sería por supuesto inexacta; de lo único que estaban seguros es que de alguna forma, quien los había capturado conocía esta tecnología y la había buscado a propósito para evitar ser localizados, de ninguna forma había sido obra de la casualidad.
Firo Tarriz se comunicó con la gal Yamka para informarle de lo sucedido, sin embargo, la gal, temerosa de perder más hombres se negó a enviar más ayuda, pues según les había informado, dos de los encargados de la construcción de la puerta de salida habían sufrido un accidente y se encontraban hospitalizados, por lo que habían tenido que ser reemplazados y el resto del personal se encontraba atendiendo las necesidades de la nave nodriza. – Tienen tres días para encontrarlos - le había dicho – y si para entonces no los encuentran, será mejor que ustedes abandonen ese lugar y vuelvan a la nave, cuando menos, hasta que la puerta sea completada y lleguen los refuerzos – Tarriz no discutió la lógica de su gal, pues sabía que tenía razón, no podían exponerse a perder más hombres sin poner en riesgo la vida del resto de la tripulación, así que obedeció y de inmediato trazó un plan de búsqueda.
Los exploradores se separaron nuevamente en parejas, trazaron una línea imaginaria a partir de la cual iniciarían la búsqueda en ambos sentidos y partieron, volando en unos pequeños vehículos biplaza que por su tamaño les permitían volar casi al ras del suelo y navegar entre densos bosques, seguidos de un par de robots de guerra cada equipo. No había pasado media hora de que se habían separado cuando Preden activó la señal de alerta, Lamtar elevó la nave por encima de los árboles para llegar más rápidamente hacia el punto de la señal, debían moverse rápido, no querían darle oportunidad a lo que fuera que habitaba ese planeta, de hacer desaparecer también a Atrion y Preden; cuando llegaron a la zona de la señal observaron a sus compañeros rodeados por unos tres mil seres deformes, tenían un aspecto antropoide, pero desde lejos se alcanzaban a ver protuberancias, jorobas y deformidades poco humanas en el cuero y rostro.
Los seres atacaban de forma muy desordenada arrojando piedras, lanzas y flechas sobre los exploradores, eran tantos que, los robots de guerra apenas podían contener la lluvia de proyectiles destruyéndolos en el aire. El vehículo de Atrion y Preden se encontraba envuelto en llamas, lo otros dos robots se sumaron a la refriega disparando contra las dos avanzadas que planeaba cercar a los jóvenes astronautas. Desde lo alto, Tarriz pudo contemplar muchos más de estos seres corriendo a paso veloz hacia la zona de la batalla. Ordenó a los robots formar un cerco que les permitiera aterrizar y de esta forma rescatar a sus compañeros.
Los cuatro robots, de forma esférica, rodearon a los exploradores disparando contra los proyectiles y los agresores, esto permitió a Lamtar maniobrar la pequeña nave para descender en medio de aquella lluvia de todo tipo de objetos, al ser una nave tan pequeña, tuvieron que apretujarse Tarriz y los otros dos en un asiento para permitir a Lamtar maniobrar libremente, ésta elevó la nave y voló rápidamente hacia la nave base. Tarriz ordenó a los robots elevarse también hasta quedar fuera del alcance de los iracundos seres, pero que no los perdieran de vista.
Durante el corto trayecto hacia la nave, Atrion narró lo sucedido, diciendo que se habían visto sorprendidos por una gran red entre los árboles que les había hecho perder el control; fueron expulsados de la nave por el sistema de seguridad, pero antes de que pudieran deshacerse de la burbuja protectora, ya se encontraban rodeados por un gran número de estos seres – Salían por todos lados – recitaba la joven analista – de no haber sido por que los robots se pusieron de inmediato a la defensiva, seguramente ahora no estaríamos contando esto –
Llegaron a la nave, y abordaron un vehículo más grande, activaron los otros veintidós robots de guerra que llevaban consigo y regresaron rápidamente a la zona de batalla. Habían pasado unos treinta minutos desde el rescate cuando volvieron a esa zona, los estúpidos seres no cesaban de arrojar sus lanzas contra los robots sin poder alcanzarlos, lo único que lograban era herir y matar a sus compañeros con sus mismos proyectiles; La computadora hizo un conteo rápido, eran más de cuarenta mil de estos seres los que se habían sumado ya; chillaban y aullaban de forma estridente, algunos de dolor, otros con impotencia al ver que no eran capaces de provocar daño alguno a los robots. Lamtar posó la nave unos treinta metros sobre la gran mancha; Tarriz ordenó a los robots atacar por cuatro frentes para encerrarlos y disparar para aturdir y dejar inconsciente, no para matar.
Los eficientes robots, se posicionaron formando un gran cuadro que encerraba a los agresores y comenzaron a disparar; caían rápidamente como un enjambre de insectos rociado, sin embargo, eran tantos y tan pocos robots, que la batalla duró hasta cerca del amanecer, pues el efecto aturdidor sólo duraba un par de horas y se volvían a levantar, haciendo más difícil la labor sin que los monstruos se resignaran y se dieran por vencidos intentando huir como lo esperaba Tarriz. Al caer el último, finalmente Belih descendió la nave; Aliviados de que por fin los necios seres se encontraran todos aturdidos, capturaron a cinco de ellos, que parecían ser los líderes y volvieron a la nave base esperando poder comunicarse con ellos y que les dieran pistas sobre el paradero de sus amigos extraviados.
- ¿Cree usted que se encuentren vivos cuth? – preguntó Atrion, ante lo cual se desdibujó el rostro de Tarriz, a pesar de lo que había visto, de la agresividad de aquellos seres y la necedad con que atacaban sin retirarse a un objetivo inalcanzable, no había contemplado esa posibilidad, sin embrago, algo dentro de sí, le decía que sí, que estaban vivos y que todavía era tiempo de rescatarlos. – Esperemos que sí nul – respondió sin mucha convicción.
Llegaron a la nave base y bajaron a los apestosos y deformes seres todavía inconscientes y los esposaron de pies y manos. En tanto recobraban el sentido prepararon un frugal desayuno e informaron a la nave nodriza de lo acontecido, la gal Yamka les ordenó retirarse del planeta de inmediato, pues entre las órdenes del emperador estaba la de no iniciar una guerra contra ninguna civilización encontrada por primitiva y violenta que ésta fuera. Los demás no escucharon la fuerte discusión entre su cuth y su gal, pero sabían de alguna forma qué estaba sucediendo. Finalmente, Tarriz se negó a dejar a sus compañeros atrás sin saber la suerte que habían corrido a lo cual Yamka no tuvo más remedio que ceder y otorgarles un par de días más de plazo para averiguar la suerte de los astronautas extraviados. Tras el desayuno, decidieron descansar un rato, pero el cansancio era tal que no pudieron evitar quedarse dormidos.
El sol comenzaba a calentar el pequeño bosquecillo en que se encontraban Suspani y Maluen; al despertar la joven, le tomó un minuto recordar y hacer conciencia de dónde estaban, habían dormido tan plácidamente sobre aquella cómoda cama que pasaron la noche tranquilos y aunque ellos no lo sabían, algo había tenido que ver el relajante y delicioso tónico perfumado que les habían ofrecido de beber la noche anterior. Despertó a Ferdezi y ambos se pusieron en pié, a lo lejos se escuchaba el leve murmullo de un poblado que comienza a despertar, se asomaron a la puerta, pero no había nadie y decidieron esperar, en tanto, se asearían, se sorprendieron de encontrar agua caliente para la tina y se dieron un baño, aunque tuvieron que vestir las mismas ropas; fue entonces cuando Baxtin descubrió algo que les hizo paralizarse - ¡Los rastreadores!… ¡No están!- En vez de ellos había dos pequeños guijarros, esto había impedido que se dieran cuenta la noche anterior, pues al tocar el cuello de la camisa, podían sentir algo, que ellos pensaban era el rastreador, pero al vestirse de nuevo aquella mañana, la juven había notado una pequeña rasgadura en el cuello y descubierto los guijarros. - ¿Cómo es posible que supieran de los rastreadores? – Este hecho desanimó un poco a la pareja, pues a pesar de la aparente amabilidad de estos seres de cuatro brazos, se encontraban cautivos y sin posibilidad de ser encontrados, ¿Cómo iban a poder seguirlos hasta ese escondido lugar?, ¿Qué planes tendrían para ellos esos hombres? El tranquilo despertar pronto se volvió un inquieto y temeroso esperar, no se atrevían a salir, pero no se resignaban a quedarse quietos sin saber qué esperar.
Tras una hora de espera habían decidido Salir cuando alguien tocó la puerta y escucharon una voz femenina: - ¿Han despertado ya? – Su corazón dio un vuelco al escuchar estas palabras en su propia lengua, que, a diferencia de el hombre de anoche tenía una clara pronunciación, a esta nueva sorpresa sólo atinaron a responder afirmativamente, entonces la voz nuevamente preguntó -¿Puedo pasar? – esto era demasiada cortesía para cualquier ser que pretendiera hacerles daño, por lo que se tranquilizaron y nuevamente respondieron afirmativamente; en ese momento penetró por la puerta una bella y esbelta mujer, de no ser por los cuatro brazos tan característicos de aquella raza, hubiesen jurado que se encontraban frente a la reina de la belleza de su país, su vestimenta no era para nada rudimentaria como la de los guardias que los trasladaron la noche anterior, aunque sencilla, era muy elegante, con ricos bordados dorados, de su cuello pendía un collar al parecer de oro, con un dije nacarado tallado exquisitamente .
La joven belleza, llevaba en sus manos superiores una charola con lo que era un más que abundante desayuno, tazones con una exquisita bebida de alguna fruta, frutas, una mezcla de lo que parecían cereales y un trozo de carne ahumada de algún animal que al principio dudaron en probar, pero una vez que lo probaron les resultó realmente exquisito, el sabor era suave y ligeramente dulce; distinto a cualquier tipo de carne que hubiesen probado antes, los frutos también eran muy buenos, pudieron reconocer el sabor cítrico en un par de ellos y otros tan dulces y sabrosos como frambuesas. La mujer se retiró rápidamente evadiendo casi todas las preguntas, pero siempre amable y sonriente, se limitó a preguntar si habían descansado, al momento de salir les dijo: - Coman y si quieren descansen o pueden salir a conocer el pueblo, mi padre viene en camino, es él quien debe responder a sus preguntas… no deben temer por su seguridad – finalmente salió de la habitación tras regalarles una amplia y hermosa sonrisa y hacer una elegante reverencia. Ambos jóvenes comieron hasta quedar ahítos y se dispusieron a salir para reconocer aquél poblado tan lleno de sorpresas.
Entre tanto, en la nave base, Tarriz despertó abruptamente al escuchar los horribles berridos de los prisioneros, al ver que el sol ya había ascendido se lamentó por haber sido vencido por el sueño, despertó a sus compañeros y se dirigieron hacia donde se encontraban los monstruos atados de pies y manos. - ¿Dónde están nuestros compañeros? – preguntó agresivamente Tarriz, haciendo señas también para ver si lograban entenderle, los deformes hombres lejos de responder o intentar comprender, se revolvían en un vano intento de liberarse de sus ataduras. Por más de una hora intentaron por todos los medios de calmarlos y comunicarse con ellos, pero al ver que no cesaban de gritar y chillar se dieron por vencidos. Tras discutir las opciones, Atrion sugirió ponerles un rastreador y dejarlos libres para poder seguirlos. Nuevamente los sedaron y colocaron en sus apestosos ropajes un par de rastreadores a cada uno, los subieron a la misma nave en la cual los habían traído y volvieron a la zona de la batalla.
Al volver a esa zona se encontraron con un espectáculo lamentable, había cerca de tres mil cadáveres regados por la zona, habían sido despojados de sus ropas sin ningún cuidado y ahora se hallaban pudriéndose al sol de la mañana; aves y otros animales carroñeros disfrutaban de aquél festín macabro. Algunos de los cuerpos se movían, indicando que todavía estaban vivos, aunque por mucho tiempo. Por un momento pensaron en descender y curar a los heridos, pero no podían retrasarse en una labor que seguramente les hubiese llevado todo el día. Todos se sintieron culpables por aquella masacre, pues aunque personalmente no habían herido a ninguno, sí habían provocado que la estupidez de estos seres los llevara a matarse entre ellos. – Pudimos simplemente haber huido – se lamentó el cuth. Lamtar lo tomó de la mano mientras unas cuantas lágrimas resbalaban por sus mejillas; Atrion rompió a llorar sin poderse contener debido a la gran culpa que la invadía y Preden simplemente enmudeció sintiéndose miserable. No les quedó más remedio que sobreponerse a su dolor y continuar con el plan; eran conscientes de que no podían dejar a los cautivos inconscientes en esa zona, pues quedarían expuestos a los depredadores, se alejaron un par de kilómetros para dejarlos en una zona que parecía segura; Descendieron en medio de una pequeña arboleda a la orilla de un riachuelo y bajo la sombra de los árboles los dejaron: En silencio y llenos de dolor, esperaron escondidos hasta que despertaran para poder seguirlos.